“Para que nada nos separe, que nada nos una.”–PABLO NERUDA.
¿Saben qué?
Una mujer guapa como yo no siempre se digna a bendecir a
cierta gente desagradable con su presencia. Alguien con una inteligencia tan
elevada como la mía ni si quiera lo considera. Una mente calculadora como la
que yo poseo desecha fácilmente sus besos cálidos, sus manos grandes , el
sonido de mi nombre saliendo de sus labios, su mirada perdida, las llamadas que
duraban hasta horas indecentes, y todas las promesas.
Pero esta mujer guapa dejó su avión y se quedó en Oxford.
Su inteligencia al parecer estaba nublada. Y su mente archivaba perfectamente
la sensación de sus labios en su cuello, el calor de sus manos torpes, el
escalofrío que le causaba cada vez que su nombre salía de su boca, las quejas
de su compañera de cuarto cuando parloteaba con él toda la noche, y sobre todo,
se olvidó completamente de las promesas violadas.
Y se llevó una sorpresa enorme cuando la realidad la
abofeteó.
Pero tampoco se engañen por las apariencias, que no estoy
enmaromada de Lucas. Tal vez mi yo de
catorce de años lo está, pero hace tiempo caí en cuenta de que no es nada más que otro capricho para
esta mimada mujer. Pero sin duda es mi capricho favorito.
Porque todos queremos lo que no se puede, somos fanáticos
de lo prohibido ¿Cierto? Lucas Lefebvre está más que prohibido.
Y ahora se casará.
Pero esperen, que se pone mejor: Se desposará con el álter ego de Helga
Pataki
Y como si fuera poco, me enteré hace unos instantes,
después de entrar con mis maletas a la casa de veraneo de los Lefebvre.
Así que aquí estoy. Escondida en la habitación de
invitados, escapando de uno de los golpes más fuertes que mi ego ha sufrido.
Hasta que Derek – duchado y afeitado - llega a hacerme compañía.
Gracias, Dios.
– Pequeña
quisquillosa, te he extrañado – dijo envolviéndome con sus brazos.
– Te
extrañé igual – suspiré y le devolví el abrazo, sintiéndome al fin feliz de
estar con alguien a quien agrado.
Luego me besó.
La Gran Casa
Lefebvre, cuyos propietarios son los abuelos de Derek, se encuentra en los
extremos de Surrey (donde vive la
gente con pasta), cerca de Oxford, y
en esta época del año se reúnen varios miembros de la familia. No es mucha
gente, los abuelos de Derek solo tuvieron tres hijos, y tienen cinco nietos:
Lucas, Derek, Michelle, Andrew y Anette. Y lo sé porque no es mi primera vez
aquí. He sido invitada como novia de Derek unas cuantas veces.
Mi primera vez aquí yo estaba loca de amor por Derek. O
eso creía yo. Apenas di mi primer paso en esta casa, odie a muerte a todo el
mundo. Viniendo de mi eso no es raro, les advierto que odio a muerte mucha
gente.
La segunda vez aquí me reencontré con el hombre que había
sido mi fantasía a los catorce años: Lucas Lefebvre. Y me enteré de que es
primo de mi novio. Hablé con él por primera vez, odiando inmediatamente la
sensación que provocaba en mí. Busqué una excusa barata y me largué de ahí como
una cobarde.
En la tercera caí estúpidamente enamorada en los brazos
de Lucas, al igual que en la cuarta. Para aquello entonces ya tenía su numero
de teléfono, y cada vez hablábamos más seguido.
Y esta es la quinta, en los casi tres años que llevo
saliendo con Derek, donde tengo que tragarme mi orgullo y aceptar de que Lucas
no es y nunca ha sido mío.
Hace unas cuantas horas me
paré frente a la llamada Gran Casa
Lefebvre. Una casa inusual, grande y
extensa, de ladrillo rojo y con una alta azotea semejante a la de una catedral,
con puertas de roble que tenían alargadas manijas de plata en forma de ocho.
Andrew, fue
el primero en recibirme. Me analizó desde los pies a la cabeza, de una forma
que podríamos decir, bastante tosca, antes de invitarme a pasar. Él me condujo
a través de la casa hasta el patio trasero, donde los hombres de la familia
jugaban baloncesto.
Lucas es
alto, al menos seis pies y tres pulgadas. Su cabello es de color chocolate, su
piel no es bronceada ni pálida, sus manos son grandes y delgadas y tiene un
cuerpo bien trabajado (pero no de esos que se consiguen yendo al gimnasio).
Él, Derek,
Andrew y otros rostros que no reconocí, vestían ropa deportiva. Todas las
miradas se volvieron hacia mí, pero yo solo podía ver a una, que por cierto
hizo caso omiso a mi presencia. Sin embargo, decidí tomármelo con calma. Se los
juro (sé que sonará tan cliqué),
sentí mariposas en mi estómago.
Mi novio
corrió para besarme la mejilla y sonreírme.
– Solo
déjame terminar aquí – murmuró Derek, extremadamente cerca.
– Y
por favor toma una ducha.
Tras mirarme travieso, su sudoroso
pecho y brazos masculinos me envolvieron.
– Me
alegro de que vinieras – volvió a besar mi mejilla.
– Suficiente
– dije riendo. .
– Ve a sentarte con Scarlett, creo que ya se conocen. Puedes
animarme desde ahí.
Por primera
vez noté a la solitaria mujer sentada bajo un brillante parasol amarillo, con
unas gafas de sol que le tapaban la
mitad de la cara. Su oscuro
cabello se derramaba sobre sus hombros y su ligero y veraniego vestido azul –
pese a que no hacía calor - le daba una
apariencia sofisticada.
Ahí fue
cuando las cosas comenzaron a marchar mal.
– Snow
Walloch– dije con un tono firme, extendiéndole
mi mano a la Helga Pataki castaña.
– Oh, Snow, creo que ya nos hemos presentado más de una vez.
– ese fue el quiebre de su simpatía.
– ¿En serio?
Creo que no es necesario
agregar que la recordaba. ¡Por supuesto que lo hacía! ¡Cómo olvidar quién era
ella!
– Soy
Scarlett, la novia de Lucas.
– Oh,
claro, ¡Que tonta! Ahora lo recuerdo.
– Tu
nombre es bastante inusual, ¿Cómo olvidarlo?
Traté de no
verlo como un insulto, pero lo dijo de una forma bastante venenosa.
– Lo sé.
La fresca brisa agitaba los mechones de mi apretada cola
de caballo, mientras miraba a mi alrededor.
Para ser una familia de dinero, pareciera que apenas
pudieran mantener la media hectárea que tienen de patio trasero: el pasto
estaba seco, las flores descuidadas, y la piscina necesitaba ser pintada
nuevamente.
Todos me
habían saludado, ya sea con un movimiento de mano o una sonrisa. Pero Lucas
seguía ignorándome.
Irónico es,
cuando intentas no pensar en alguien, pero eso solo fortalece el que no puedas
sacártelo de la cabeza.
Tenía catorce. Empezaba a
mirar al sexo opuesto con otros ojos, cuando, veo por primera vez al chico de
veintiún años que sería mi primer amor. Era el hombre más maravilloso que
alguna vez había visto, incluso una corbata totalmente desacorde a su traje, y
los granitos que aún invadían su rostro.
Hasta entonces yo solo había
ido a un colegio solo de niñas toda mi vida, y lo poco que sabía de los hombres
era lo que mis compañeras hablaban y lo que veía en mi hermano Drake: Ellos
eructan todo el tiempo, hacen bromas y chistes despectivos, se peleaban en
público, y “solo buscan una cosa”.
En mis
fantasías Lucas rompía todas esas reglas, se arrodillaba frente a mí, y me
pedía ser su princesa. Al menos, así lo veía yo.
Mi madre,
Lisa, a lo largo del año participa en muchos eventos, donde asiste gente
desagradable que cree saber de arte. Y como me encontraba con ella, me vi
obligada a asistir bien peinada y con un vestido ridículo. Así es, con un
vestido verde limón, que no sabía ajustarse bien a mi cuerpo y que me llegaba
hasta los talones, me presenté ante Lucas.
Al verme,
me sonrió abiertamente, con sus ojos que cambiaban entre diversión y simpatía –
ningúno de esos sentimientos es bienvenido - , y mintió sobre lo guapa que era
.Joder, que risa, ¡nadie es guapo a los catorce años!
Recuerdo
que todo el mundo decía que me veía encantadora. “Encantadora”. Esa sí que es
una palabra que no aguanto. Suena tan falsa que me dan ganas de vomitar cada
vez que la oigo.
La última
vez que nos vimos fue hace cuatro meses, déjenme contarles, en esta misma casa.
También fue igual de distante conmigo, pero apenas se dio la oportunidad de
estar solos, me besó. Oh, cómo me besó.
Nuestro
momento clandestino de amantes no duró más de media hora, y no fue más que
besos y dulces palabras, promesas, cumplidos, caricias… Pero valió
completamente la pena.
Claro, que ahora las circunstancias son jodidamente
diferentes.
Traté de iniciar
conversación para conocer mejor al enemigo: –
¿Crees que hoy lloverá?
– ¿Disculpa?
Apuesto mi brazo a que Scarlett había escuchado
perfectamente.
– Dicen que lloverá mas tarde – le dije.
– Oh, qué mal.
– ¿Te gusta el baloncesto?
– Es desagradable.
– Yo solía jugar con mi hermano, es una buena forma de hacer
ejercicio.
– Genial.
– ¿Practicas algún deporte?
– No.
– ¿Vives en Londres?
– Sí.
– Qué suerte. Yo estudio en Boothman, es horrible.
– Estupendo.
– Lucas también fue ahí, ¿Lo sabías?
– Sí.
Oh, maravilloso, tal como hablar con un agujero negro.
Entonces sutilmente fui al grano: – ¿Cómo van las cosas con Lucas?
– Oh – se vio interesada repentinamente –, nos casaremos dentro
de poco. ¿No es grandioso?
Las cosas no mejoraron desde entonces.